Apegos feroces

apegos feroces

Apegos feroces
Autora: Vivian Gornick
Editorial: Sexto piso

Nunca me han gustado los tópicos que enarbolan banderas de afectos y que estipulan categorías melifluas en los vínculos que nos unen. No tolero que me insinúen cómo hay que querer. Se quiere como se quiere. Vivian Gornick me ha dado la razón y en “Apegos feroces” cuenta magistralmente la furia con la que se expresa el amor, y la vida en su conjunto, sin ser condescendiente o cursi.

Vivian Gornick camina con su madre anciana por las calles de Manhattan. Y hablan. Y ella piensa y reconstruye su vida. Nada como un paseo para elaborar, en el trajín urbano de una gran ciudad, una conversación que cimenta una memoria que se atrinchera en los recuerdos que observamos, que elegimos y que ejecutan la conciencia de lo que somos; que nos muestran en lo que nos hemos convertido, lo que decidimos según lo que sabemos, lo que esperamos, tal vez lo que imaginamos alguna vez.

Vivian Gornick habla con su madre para definirla, para entenderla y para atracar en ese yo de mujer adulta, criada por esa mujer que le ofreció oportunidades y que también le ha cuestionado los pasos. No hay ningún camino impoluto. Esta escritora que hace memoria habla de sus vecinos, de una especialmente, de esas otras vidas que compartían escalera y rutinas. Habla de otras elecciones, de ella misma, con sus tiempos de mujer, de hija, de escritora, eludiendo perfecciones o altares ficticios que esperan el incienso de los que eligen la ramplonería de un amor de postal para el día de la madre.

Gornick rastrea el judaísmo y sus tradiciones, la viudez y la orfandad, la comprensión del duelo y  sus entrañas arrugadas, el concepto del amor, el sexo y sus recovecos y sus búsquedas y sus vacíos y sus plenitudes, la casa humilde, el barrio, la cocina como templo, el vecindario y sus señoras de manual patriarcal.

“Ahí dentro resultaba lista, graciosa… podía ejercer su autoridad y causar impresión. Pero sentía desprecio por su entorno. Mujeres. Puaj. Tendederos y chismorreos.”

No son ellas ni una madre ni una hija modélicas, no se abrazan como en las películas y se gritan si toca y se duelen de las decepciones de lo que no esperaban la una de la otra. Las expectativas y sus duelos categóricos. El miedo. Y la angustia. La furia. Y la burla y la risa cuando surgen, para salvarlas. El amor, aunque profundo, agota. O tal vez por eso.

En este paseo Gornick habla de su vida para profundizar en lo que es ser escritora. El apego también era eso. Y así, entender cómo se hace, cómo se presiente y  cómo se ejecuta la necesidad de juntar palabras, seleccionarlas, aunque no sea fácil ni la inspiración o el talento resulte algo parecido a una bombilla que no se funde.

“Me senté ante el escritorio y me esforcé en pensar. Así es como me gustaba describirlo. Durante años, dije: <Me esfuerzo en pensar>, de la misma manera en que mi madre decía que se esforzaba en vivir. Mamá pensaba que se merecía una medalla por sacar las piernas de la cama por las mañanas y supongo que yo también, por sentarme ante el escritorio”.

“Apegos feroces” nos cuenta -¡de qué manera!- y por eso ya me resulta una novela imprescindible que se me ha quedado metida en el cuerpo.

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